Cerca de él a su muerte…

Maïté Etchegaray (nacida hacia 1945)

 

Primeros contactos

La primera vez que vine a la Borie Noble, Shantidas estaba muy enfermo. Tenía una neumonía pero no quería tomar antibióticos. Como era enfermera, Chanterelle me sugirió cuidarle y acepté. Me quedé dos semanas. En compañía de semejante figura, no sabía muy bien qué decir…

Más adelante, regresaría con vistas a un compromiso con la comunidad. Era el invierno 1969, había nevado atrozmente. Con nuestro pequeño coche, a pesar de las fuertes nevadas, pudimos, nosotras, “las tres españolas”, franquear el puerto. Al día siguiente, nos enterábamos de la desgracia de un hombre que habiendo querido, en contra de la advertencia de todos, ir a buscar su coche sobre la meseta, había muerto de frío. Me confiaron a su pasajera hallada al día siguiente con las manos heladas. Pude curarla, recuperó el uso de sus manos.

Como enfermera, trabajaba con regularidad con el médico de la comunidad Yvonne Moussalli. Nos ocupábamos de los partos; curamos al pequeño Pacôme de sus graves quemaduras…

La vida en la comunidad

Vivíamos las tres en l’Escalette, e invitamos un día a Shantidas a tomar el té. Como no tenía una cucharita para mezclar la miel, lo hizo simplemente con su dedo. ¡Nunca lo olvidaríamos!

En la Borie, uno se encontraba con toda clase de gente maravillosa y muy original, ¡como la hermana Berta por ejemplo! Sin embargo, al principio, encontraba a la gente más bien distante y fría.

Chanterelle me invitaba a menudo a cenar con Shantidas y con ella. Me costaba a veces dejar el feliz grupito de los célibes que comían juntos, pero aprendí mucho durante todas aquellas veladas junto a ellos.

Para mí que era muy católica, era muy importante que Shantidas fuera fiel a la Iglesia. Al verificarlo en su compañía, me tranquilizaba sobre mi compromiso comunitario.

Ya frágil, Chanterelle me pedía a veces acompañarla en sus paseos. Como llevaba un delantal rojo, me llamaba “le Coquelicot" (“la Amapola”). Me arrepiento mucho no haber aprendido el canto gregoriano con ella. Aunque Michèle l'Hirondelle (“la Golondrina”) me lo enseñaría luego. Durante las fiestas bailaba al son de la música que Marie-Pierre tocaba al piano. También bailé con Gazelle (“Gacela”); me llevaba bien con ellas.

Durante tres años me formé en homeopatía en Montpellier con Jeannette. Me solía decir: “eres una católica encantadora”. De hecho me había opuesto muy firmemente al casamiento de un divorciado; en conciencia, no podía imaginar cómo podría comprometerse una vez más si no había sido capaz de sostener su primer compromiso. Sería diferente hoy día.

La enfermedad de Chanterelle

Chanterelle era una mujer de una gran nobleza. Un día, mientras lloraba porque me había dicho algo que me había herido, ¡se puso de rodillas para suplicar mi perdón! A menudo estaba sola porque Shantidas estaba muy ocupado con el cuidado de la comunidad. No queriendo retenerle, le animaba a cumplir ante todo con su trabajo en la Orden. Pero enseguida que regresaba le preparaba un pastel…

Acompañé a Chanterelle en su periodo de hospitalización en Marsella. Le propuse entonces quedarme con ella, lo cual le encantó. No la abandoné hasta su muerte ocho meses más tarde. Dormía cerca de ella. Por la tarde, le gustaba contarme su vida. Cantábamos gregoriano; rezábamos el rosario, Cuando se anunciaba Shantidas, me pedía que la peinase, ponerla guapa. ¡Estaban realmente enamorados!

Durante su estancia en Marsella, Shantidas me llevaba a veces a comer patatas fritas en el vieux port. La gente le saludaba: “¡Buenos días maestro!”. Era conocido y respetado. Fue en esta época cuando Chanterelle recibió el premio de la Academia Charles Cros por uno de sus discos.

Luego estuvimos en una casa de reposo en Lodève. Nos gustaba ir a la catedral, donde Chanterelle podía tocar el órgano. Más tarde marchamos a Font-Romeu, en los Pirineos, donde Chanterelle probaría un ayuno terapéutico y más tratamientos sin éxito. Los médicos le propusieron finalmente alimentarla artificialmente pues ya no se nutría, pero rehusó. Viendo la muerte acercarse, se preocupaba tiernamente de Shantidas e incluso de la gestión de sus derechos de autor. Le decía con sentido del humor; “¿Cómo lo vas a hacer? ¡Ni siquiera sabes rellenar un cheque!”

Volvimos a la Borie Noble, tres días solamente antes de su muerte. Aquella noche, durante la plegaria comunitaria, estaba sola con ella cuando comprendí que dejaba este mundo. Le dije: “Chanterelle: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están contigo. Puedes irte en paz”. Me miró intensamente y se apagó. Bajé entonces a anunciarles a los compañeros reunidos en plegaria en torno al fuego, que Chanterelle nos había dejado.

Lanza en lo cotidiano.

Ahora viudo, Shantidas aceptaba gustosamente venir a tomar su desayuno en casa de la Caille o de la mía; nos llamaba “sus hijas”. Después del bulgur o el sarraceno de la comida al mediodía, nos pedía un poco de chocolate…Con él nos reíamos mucho. La gente pensaba que nos contaba cosas extraordinarias, ¡pero para nada!: nos contaba cosas graciosas, alguna película que hubiera visto… era muy regocijante.

No tenía interés alguno en el dinero ni el comercio. Un día visitó el taller de tejidos y se maravilló de nuestros productos.: – qué bellos!” Sí Shantidas, ¡pero no logramos venderlos! – ¡esto no tiene ninguna importancia!, ¡colgadlas sobre la pared y está muy bien así!

Más adelante le acompañaría en sus giras. Una noche, para un programa de televisión, estábamos alojados en un gran hotel de Madrid. En el avión nos habían ofrecido la primera clase y ofrecido champaña! Esperaba a Shantidas en el gran Hall cuando le vi llegar hecho un Papa Noël, con su vestidura tejida a mano ¡y los pies descalzos! Sus pies estaban hinchados del viaje y no había podido enfundarse las botas…Entonces me descalcé yo también, y entramos juntos en una sala de restaurante muy chic, los dos descalzos y tan dignos con nuestros trajes de lana tejida a mano! Los camareros trajeron carnes y buenos vinos: Shantidas lo rechazó todo y pidió una tortilla. A mí me hubiese gustado probarlo…, pero no me atreví.

Su muerte en España

En 1980, se me envió a España con la esperanza de ayudar a la fundación de una nueva comunidad en la Longuera. Me fue difícil dejar la Borie donde vivía desde hacía diez años y asumir unas condiciones bastante duras, confrontada a gente tan distinta. Algunos meses más tarde, Shantidas vino con Gazelle y alguno más para animar una sesión de canto, danza y poesía. Le sedujo el magnífico lugar. “Es bello a morir” –decía.

A pesar del invierno glacial, guardó su costumbre de las duchas matutinas frías y fue a lavarse al río. Era una locura para un hombre mayor y de corazón frágil. Por la tarde mientras nos hacía la lectura de sus poemas, padeció súbita una trombosis. Se ahogaba, la mitad de su cuerpo estaba paralizada.

Como ya no podía hablar, le cogí la mano pidiéndole de apretar la mía si rehusaba ir al hospital donde se le podría dar oxígeno. Le prometí que no se le haría nada más. No me apretó la mano, le condujimos pues hasta el hospital con coche. Durante las dos horas del camino estábamos muy cerca de él, Esperanza y yo, cantando gregoriano (In manus tuas, Domine...) y cantos del Arca. Llegados al hospital, se apagó tras sólo una hora o dos. Era el 5 de febrero de 1981.

Al día siguiente me reencontraba con la comunidad en la Longuera; festejamos la Epifanía con tristeza pero gran dignidad.