Esto es el Arca

Paule-Madeleine Charpentier (1933)

Premoniciones. Viví en el arca entre 1955 y 1960. ¿Qué camino me llevó a ello? Todo empieza por un sueño que tuve con diez años. En este sueño, todo estaba oscuro, entro en un barco no muy grande. Alrededor de una mesa de madera están sentados compañeros joviales. Poso un gran plato ovalado sobre esta mesa y siento, en este instante, un gozo profundo. A partir de entonces pensé que tenía que trabajar en un barco para volver a encontrarme con esta felicidad.

Cuando tuve 16 años me prestaron un libro: Peregrinación a las fuentes de Lanza del Vasto. Con la lectura de estas páginas, me invade un sentimiento fuerte de descubrimiento interior… un año más tarde decido recorrer la costa bretona para tratar de enrolarme en un barco… en vano. Sin embargo, en un bar, un viejo marino me dice: “Si Dios lo quiere, iréis sobre un  barco”. Reconfortada por estas palabras, regreso a París.

Con 20 años escribí un poema titulado Tierra prometida. Decía entre otras cosas: “buena estrella, escucha mi plegaria; sácame de la ciudad loca; escóndeme; sobre un barco junto a compañeros caminaremos hacia ti; escúchame…”

Al fin, con 22años, releo el Peregrinaje a las fuentes y decido ir a conocer al autor, Un estudiante que había sido su alumno me da su dirección y sin anunciarme, llego un día a Bollène: era la fiesta de San Juan Bautista (me enteraría después que es el patrón del Arca). Sorpresa, descubro la existencia de una comunidad. Lanza me acoge y me dice: “Esto es el Arca”. Al oír estas palabras me doy cuenta que he llegado al barco que buscaba desde hacía tanto tiempo. Me quedé cinco años. Éste es un testimonio para decir que el que busca, encuentra.

Esclavitud moderna. ¿Cuál era mi actividad antes del Arca, para que se capte todo el contraste? Con 16 años, cuando mi padre anunció que se volvía a casar, dejé el ambiente familiar. Fui proyectada en este monstruo que tiene por nombre: París. Una amiga me encontró un empleo de obrera en una pequeña fábrica. Ganaba 80 francos al mes, era 1950. Con esta paga alquilaba un local sin ventana, y sólo podía comer una vez al día, a la cena. A la hora de la comida salía de la fábrica, pisando fuerte el pavimento haciendo ver que iba, por supuesto, a sustentarme en algún sitio… ¡nada de eso!

Me era penoso trabajar en la fábrica. El trabajo estaba en la sección de piezas: consistía en colocar un objeto metálico sobre la parte estable de una embutidora. Seguía un golpe de pedal que hacía descender la parte móvil de la máquina sobre el objeto por transformar. Los gestos de la mano y del pie se seguían muy rápidamente. Si no se retiraban los dedos bastante rápido, quedaban embutidos entre dos bloques de hierro que se juntaban. ¡Cuidado con el cansancio!

En mis días libres, me perseguía la cadencia que se había imprimido en mí. Observaba que la mayoría de mis compañeras de pena tenían tics nerviosos, movimientos incontrolados; una estupenda connivencia con esos monstruos de acero…

Después de las cadencias aceleradas, inhumanas, cuyo solo objetivo era la rentabilidad llevada al extremo, en detrimento del respeto de la persona y de toda creatividad, comprendí que era una necesidad y felicidad simplificarse la vida, “reducir nuestros deseos y necesidades” para vivir en armonía con uno mismo. Quería detener esta forma moderna de esclavitud, a la que estuve sometida y que todavía no se ha abolido. Pero para salirme de ello necesitaba del apoyo de una comunidad – sin ello seguía estando encadenada a las máquinas.

Quería salirme de la garganta del león. Pero es muy difícil hacer una elección radical: más adelante volví a estar en otra empresa, algunos años más, los de mi juventud… Volvía a encontrarme con las mismas condiciones de trabajo que reducen el ser humano a una función de máquina. Todo esto hasta que entré en el Arca.

Una escuela de vida. Estas condiciones de vida favorable me han permitido tomar contacto con mi naturaleza real que había sido burlada hasta ahora; vi nacer mis dones y me regocijé en el trabajo de las manos. Empecé a ver claro en mi alma.

Teníamos un ritmo de vida lento. Si se observa la naturaleza, el día sucede a la noche, una estación a otra: no hay ninguna prisa en todo esto. Mientras que la vida en el mundo consiste en correr siempre sin llegar nunca a hacerlo todo y uno está estresado porque se proyecta siempre hacia metas sucesivas, olvidándose de vivir el momento presente.

Este ritmo de vida con la naturaleza, me volvía receptiva para acoger las palabras de Verdad como simientes en germinación. Lanza nos agrupaba a veces bajo el tilo y nos comentaba el Evangelio… Estas palabras  consignadas en un libro empezaron a cobrar fuerza de realidad en mi vida de relación con la comunidad.

También estaba la plegaria de la noche alrededor del fuego en el patio; estaba principalmente compuesta de plegarias ecuménicas: son un vehículo maravilloso para decir con una sola voz aquello que tenemos de más esencial en nosotros. El fundador del Arca no ha escrito acaso que: “el fundamento de una cohesión entre todos, es el reconocer Dios como nuestro Padre?” El Arca es una escuela de vida donde se aprende ¡a ponerse en pie!