Hay que ir a ver

Thérèse Parodi (1925)

Encuentro. Conocí a Lanza durante una conferencia en París en 1952. Quedé impresionada por la integridad de este autor que me parecía vivir lo que escribía. Como estudiante de filosofía, estaba acostumbrada a los que dicen pero no hacen. Esta verdad de vida me golpeó.

En aquel comienzo de las Trente Glorieuses, en el momento en el que todos creían en el progreso en marcha, Lanza declaraba ya entonces, mirando intensamente al público: “estáis montados en un tren y aceleráis al máximo ¡pero vais derechos al precipicio!” La sala reía… ¡exagera! Pero yo solicité una entrevista. Mi pregunta: “¿qué es eso de Dios?” Silencio. “No puedo responderos”. Nuevo silencio. Y luego: “es como un hombre que hubiese pasado toda su vida en una caverna y preguntase qué es el sol. Hay que ir a ver.”

El hombre. A través de su personaje, era veraz; no representaba ningún personaje, trataba de vivir realmente lo que pensaba. A veces estaba fuera de lugar, chocaba o molestaba. Así es como su filosofía ha quedado mal conocida. Pero la celebridad no le tentaba: incluso se borró  voluntariamente para que la obra escrita entre dos con su amigo Luc Dietrich, no llevase más que un solo nombre de autor tal y como lo quería el editor.

Le gustaba ser comprendido, quedaba entristecido si el público quedaba frío, pero no buscaba la celebridad. Su ambición no era ser conocido, sino extender el mensaje de la no-violencia.

Y sin embargo era un personaje. Por su vestido, su presencia, su manera de caminar, nunca pasaba desapercibido. Tenía una manera de estar recto y digno que llamaba la atención. Incluso en el huerto, tras un duro trabajo que le curvaba la espalda, incluso tras una caminata agotadora, nunca la perdía. Al principio esta manera de ser me chocó, a la larga comprendí mejor. Algunos proyectos que nos molestaban (como la construcción de la torre para nosotros demasiado “señorial”) le eran naturales, como en la prolongación de su infancia aristocrática.

Nuestra relación con él era fácil y profunda en los momentos de intercambio en confianza, como con Pierre cuando le llamaba “hijo mío” y le trataba de tú. Pero la mayor parte del tiempo estaba centrado y ocupado en el interior de sí mismo, tanto que en algunos momentos no veía el entorno.

Estos momentos realmente eran benéficos, pues de otro modo su fuerte personalidad, sin esta distancia, hubiese podido ser aplastante. Es una de las razones por las cuales Pierre decidió vivir un tiempo en Marruecos: para volverse más firmemente él mismo. Así pudo regresar más como colaborador que como discípulo.

Chanterelle. Era la madre de las comunidades, y sin ella no hubiesen sobrevivido- Tenía un papel difícil entre Shantidas que iba lanzado con sus ideas a veces muy audaces y la comunidad que frenaba. Las críticas que no se atrevían a hacérselas a él, se las decían a ella. Era marsellesa, su acento sobresalía, de hecho, en los momentos de pasión. Su madre era judía y su padre, católico no practicante. En la adolescencia ella y su hermana pidieron el bautismo. Su padre murió bastante joven. Conocí a su madre; una mujer muy notable. Tenía una tienda de pianos y recibía con gusto a los músicos, y organizaba conciertos.

Un día, unos grandes músicos que estaban de visita le pidieron a la joven Simone cantar. Maravillados, quisieron saber en qué escuela había aprendido. Como respuesta, la joven se limitó a señalar su corazón.

Tenía un carácter fuerte a pesar de su frágil salud. Sabía lo que quería. “Me hubiese gustado tanto tener un niñito rubio y un perro negro”, decía a veces: “Dios no lo ha querido ¡pero me ha dado cien hijos!” Era en efecto como nuestra madre.

A pesar de que los principios comunitarios fueron muy difíciles, Chanterelle se adaptó con coraje y entusiasmo, sostenida por su gran fe. Llegó a ceder su habitación cuando Gazelle dio a luz, y fueron, con Shantidas, a dormir en la paja.

Más tarde se llegaron a sentir a veces rechazados porque la comunidad se había acostumbrado a vivir sin ellos durante sus viajes. Sufrieron mucho por esta cuestión. Chanterelle asumía el secretariado. Escribía 13 o 14 cartas al día, haciendo el lazo con los amigos. Su facilidad para las relaciones compensaba en gran medida el lado solitario de Shantidas. Era muy atenta y presente para cada uno, cálida, alegre, sosteniendo a los enfermos o cansados.

También era muy buena vendedora: las gentes que guiaba durante su visita hacia la tienda no salían nunca sin compras.