Nuestro abuelo

Isabelle Campana (1955)

Recuerdo a Shantidas cuando venía a tomar una taza de café a casa nuestra casi cada día. Hablaba con mi padre de los proyectos de la comunidad, de los planes…etc. Era nuestro vecino y como nuestro abuelo, la relación era toda simple, fraternal, natural. Era afectuoso, atento, un auténtico buen abuelo.

Un día desde lo alto de la escalera que subía a su casa, me contó su idea de llamarme “gavanza”, pero la idea no me gustó y no insistió. Me había regalado unos años antes este poema escrito para mí:

He aquí el sauce llorón
Llorar como ríe el arroyo
Temblar (de placer o de pena)
El ojo
De un pájaro
Una boca de ardilla
Dentro vigilan, dan la alarma
Ah!, ve como brillan
Las pestañas
Donde la felicidad encarcela una lágrima.

Cuando estaba cansado de las reuniones, hablaba de confiárselas al “consejo de los pájaros”, refiriéndose a las tres inseparables que éramos mi hermana Mónica Le Corre, Claire Moussali y yo. Me pregunto a veces si no tenía dificultad en adherirse él mismo a las reglas de su comunidad…

También tenía unos lados intransigentes, tal como esta reacción muy viva contra algunas de nuestras elecciones litúrgicas, lo cual nos decidió a abandonar el Arca más adelante, mi marido Louis y yo.

Desde mi habitación que estaba justo bajo la suya, oía los pasos y las voces de Chanterelle y Shantidas. A veces cantaban, a veces ella perdía la paciencia porque no conseguía ponerle música a lo que él pedía. Subía regularmente a su piso donde había un armario con espejo para ver la armonía de mi vestimenta. Chanterelle me daba consejos como buena vecina.

Chanterelle daba cursos de canto gregoriano y me tocaba sustituirla en su ausencia. Hay que decir que seguía mi escolarización por correspondencia y vivía de continuo pues en la comunidad. También animaba sesiones de canto modal durante las cuales un ejercicio consistía en crear un canto sobre un modo particular. Algunas de estas creaciones, que de tal forma compuse, aún están de uso en el Arca.

Recuerdo las historietas que nos contaba Chanterelle. Como su familia quiso casarla: “¡pero es que hubiese podido comer sobre su cabeza de tan pequeña que era!” O también  de sus actividades deportivas, pues practicaba el remo, o aún sus recuerdos de infancia de vacaciones con sus primos en la casa grande de la Chesnaie. Provenía de un medio burgués y urbano, pero se adaptó con alegría y convicción a la sencillez extrema del Arca.

Shantidas me introdujo en las reuniones de los novicios, ¡diciéndome que esto valdría para mí como curso de filosofía! Como si le viera al piano, componiendo sus cantos, o regresando a pie de Lodève, o llegando directamente de la estación a nuestra casa.

Unos años antes, nuestra familia había participado de la comunidad de Tatta en el sur marroquí. Shantidas estuvo muy decepcionado cuando mis padres tuvieron que abandonar este proyecto porque le daba mucho valor a esta comunidad que juntaba a musulmanes con cristianos.