Un maestro de vida

Michel Lefeuvre (1928)

Tenía diecisiete años cuando leí la Peregrinación a las fuentes, y también Principios y preceptos del retorno a la evidencia ; luego los otros libros de Lanza a medida que se publicaban. Sentía una adhesión completa. Sin embargo, me costó quince años tener un encuentro con el autor y descubrir mi vocación.

Para mí Lanza es un maestro de vida, como tantos otros que han aparecido a lo largo de la historia y que tienen en común el hecho de haber realizado su naturaleza humana de manera tangible. Habiéndose convertido en personas humanas en el sentido pleno del término, nos ayudan a crecer.

El primer encuentro con Lanza me impresionó profundamente. Su porte, su rostro admirable, su lenguaje preciso me intimidaban. Me gustaba en particular su lenguaje muy puro y siempre admiré su gran presencia. ¡Era un artista hasta la médula ! Sin embargo, habiéndome procurado mi formación artística una visión muy rigurosa sobre el valor estético, tardé en apreciar sus obras.

Aprendí de él la talla y fui muy productivo esculpiendo cucharas de madera, cofrecillos, broches y las cruces del Arca que llevaban los compañeros. También hablábamos sobre caligrafía porque su escritura era muy decorativa. Le presenté un ensayo en caracteres « carolina » que le gustó para la edición de las Noticias del Arca. Después de su muerte mantuvimos la escritura manuscrita de la revista gracias a un servicial scriptorium que adquirimos.

Shantidas también me ayudó a evolucionar en el aspecto religioso. Yo era un católico muy apegado a las prescripciones de mi religión, pero comprendí que mi fervor religioso podía impedirme ver la calidad de los que no lo tienen. Ahora sé que puedo hallar una comunión fuera de las asambleas religiosas si acepto la diferencia  dentro de una escucha recíproca.

Chanterelle era la acogida misma. La primera vez que me encontré con Lanza, me quedé algo frio, pero ella tenía lo que él no tenía: un trato extremadamente fácil. Era una mujer admirable aunque muy frágil de salud. Todos los días nos hacía cantar, yo estaba en el banco de los bajos, cerca de Shantidas que vigilaba la justeza de mi voz. Al final de su vida, a pesar de la enfermedad, seguía cantando; se sabía siempre donde se encontraba porque se oía su voz…