Un ser sensible

Marcelline Papin, llamada Perdrix (1932)

En Bollène. Habiendo leído con pasión algunos libros de Lanza y de Simone Weil, fui al encuentro de Shantidas en Poitiers donde daba una conferencia. Me enteré entonces que se estaba creando una comunidad en Saint-Pierre-de-Bollène. Me invitó cálidamente a la primera reunión de amigos del Arca en navidades. El Arca acababa de instalarse en La Chesnaie aquel invierno de 1955 con un grupito de compañeros, algunos de ellos antiguos de Tournier, la comunidad anterior.

Enseguida, me entusiasmó la atmósfera que había en La Chesnaie, la amistad entre compañeros, la fuerza y el impulso de este movimiento naciente, y decidí comprometerme. Convencer a Shantidas de acogerme no fue difícil. Algunos compañeros temían admitir demasiado rápidamente a los postulantes, pero yo estaba segura de que allí estaba mi lugar; todo me correspondía.

La vida era espartana en la casa provenzal barrida por un potente mistral. Por momentos estaba al borde de la extenuación, pero a la vez sobre una nube. Pronuncié mis votos por San Juan, delante del fuego, en el patio principal de La Chesnaie. Era el lugar de vida donde se comía, rezaba e hilaba; donde se lavaba y se cuidaba a los niños. Daban sobre el patio el taller de las hilanderas y la carpintería de los chicos.

En el centro, la luz de la pareja Shantidas y Chanterelle. Estos dos seres extraordinarios habían consagrado sus vidas a crear un mundo hecho de ideales elevados, de belleza, de cantos, de rigor y de apertura a la vez. Ciertamente todo partía de Shantidas, de su proyecto de sociedad patriarcal y no-violenta, pero no hay que olvidar a Chanterelle, tan bella y valiente.

“Soy de la madera con la que se fabrican las flautas” me dijo un día. A pesar de un cuerpo frágil (no digería nada), llevaba el peso de los problemas de la comunidad, que no faltaban, y se la venía a consultar sobre todo.

Shantidas él también era un ser sensible. Bajo una apariencia a veces glacial, era en realidad muy cálido. Le hubiese gustado que la gente se le confiase más… A veces cogía la guitarra, improvisaba al estilo de los ragas indios. Una noche de cansancio, excedida por este canto que me impedía dormir, tiré por la ventana lo que encontré a mano ¡y llovieron objetos en torno a él! Se calló enseguida, y al día siguiente presentaba mis disculpas en la Coulpe (“culpa”).

La labor cotidiana, las fiestas y ceremonias religiosas, el canto gregoriano, los cantos populares, las reuniones de amigos del Arca, las gentes diversas que pasaron por allí, aquellos que quisieron quedarse, aquellos que se marcharon, las horas hilando en la rueca, la cocina, la costura de los trajes del Arca, el trabajo en el jardín; la vida transcurría como un sueño. Otros compañeros y otros niños llegaron y la Chesnaie se quedó demasiado pequeña.

 

En la Borie-Noble. Me había casado en 1960 con Jean, llamado el Cheval Noir  (“Caballo negro”), y como no teníamos hijos, fuimos los primeros en ir a preparar un lugar de vida en la Borie-Noble. Por Pascua de 1963, Georges nos condujo sobre estas alturas deshabitadas. El paisaje espléndido todavía cubierto de nieve, la naturaleza salvaje sobre la alta meseta, la casa grande abandonada desde hacía mucho: reinaba allí un silencio sobrenatural que no olvidaré jamás.

Empezamos por hacer habitable una estancia, luego dos. Georges y Brigitte se reunieron con nosotros y, poco a poco, lo hizo toda la comunidad. Más adelante, se construyó la torre que quiso Shantidas, se volvieron a levantar las ruinas de l’Escalette. Algunos compañeros se convirtieron en arquitectos, albañiles, leñeros, ganaderos. Jean creó un huerto que un día de tempestad se lo llevó las aguas torrenciales.

Algunos de mentalidad conservadora y sin duda sensatos, os dirán que todo aquello no fue más que una bella utopía elitista nacida de la visión de un hombre y que no podía sobrevivir a su creador. ¡Pero cuán triste es no haber vivido sobre todo en su juventud una utopía tan bella como aquella!

Y llegó un día en que nos fuimos, deseosos de conocer otros mundos. Fue para mí como arrancarme y siempre tendré el remordimiento de haber abandonado a Shantidas y a Chanterelle que fueron como padres. Pero nuestra vida quedó marcada por el Arca y sus valores; hoy día, en mi vejez, sin haber quedado atada a este pasado como recuerdos de antiguos combatientes, tengo la sensación que sigo haciendo parte de ello y me siento orgullosa de esto.